lunes, 14 de marzo de 2011

El último final.

Luego de una larga mañana, terminó cubierta de harina, huevos y yerba porque aprobó su último final para ser enfermera. Seguramente, fueron días, semanas y años que ella estuvo esperando por aquel momento. Y finalmente llegó.
Comenzó el día a las apuradas. Tenía planeado de pasar gran parte de la madrugada despierta para poder seguir estudiando pero el cansancio de tanto esfuerzo no le jugó a su favor. A contrarreloj, hizo el camino habitual hacia la Facultad de Medicina. Tomó el tren hasta retiro y de ahí el subte. Hasta que realizó uno de los últimos pasos al subsuelo de la Universidad.
Nerviosa y ansiosa por saber que a iba pasar detrás de la puerta 4 ella, igual, seguía leyendo sus apuntes y su carpeta, que de tanto doblarla, se estaba desarmando. También conversaba con algunas de sus compañeras para repasar algunos de los posibles temas que le podían llegar a tomar.
Los minutos pasaban y cada vez que se abría aquella puerta y uno de los profesores salía a nombrar alguno de los estudiantes inscriptos, los nervios de ella se duplicaban. Pero cuando no era nombrada, volvía, mínimamente, a la tranquilidad.
Ya no sabía que hacer, no tenía ganas de leer más, estaba agotada. Por momentos quería entrar al aula para sacarse el final de enfermería obstétrica de encima y hacer un gran suspiro de que todo se había terminado.
Hasta que finalmente la llamaron. Le avisaron que se vaya preparando porque después  de uno de los chicos, le tocaba a ella. A partir de ahí, en vez de duplicarse, se triplicaron los nervios. Se refregaba las manos, movía la pierna a mil por horas y volvía a releer en el poco tiempo que le quedaba.
El joven salió y ella entró al aula, despojándose de todo, pero acompañada de todo el conocimiento que fue adquiriendo en el transcurso del tiempo. No quería fallar. Sabía que este paso era el último pero también el primero.
Sólo tardó adentro, aproximadamente, unos 15 minutos, rápido en comparación a los otros alumnos que habían rendido, y cuando salió tenía una gran sonrisa. Todavía no estaba enterada de la nota pero sabía que le había ido muy bien. Y no se equivocó. Al instante la profesora apareció y le entregó su libreta. Y no era cualquier número. Fue un diez que le llenó de satisfacción y orgullo. ¿Qué mejor manera de terminar tu carrera con esa calificación?
Lo primero que hizo fue llamar a cada uno de sus seres más queridos para contarles la gran noticia. Y cada palabra que emitía lo hacía con una gran sonrisa y con ganas de darles un gran abrazo.
Para ella, el día continuaba porque faltaba aquella ceremonia que se le hace a cada uno de los egresados de alguna carrera. Se cambió, fue a una de las esquinas de la Plaza Houssay y se preparó para las maldades que recibiría de parte de sus amigas.
Los huevos empezaron a estrellarse en su cabeza, luego apareció la yerba y la harina que se esparció por toda su cara. Toda cubierta se sacó fotos en la puerta de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires para no olvidarse de aquel momento. Ese momento de decir: ¡Me recibí!



2 comentarios:

  1. Gracias Glorietaaaaa, por el aguante, por ser mi amiga con todas las letras!!!!!!!
    (despues de mil años entendi como podia escribir aca!!!jajaa!!!) te quiero muchoooo!!!!

    ResponderEliminar
  2. No me tenes que agradecer nada. Fue un honor y un placer haberte acompañado aquel día. Muchos cariños y besos para vos!

    ResponderEliminar